martes, 15 de julio de 2008

Santuario interior


Las mañanas de lluvia en verano me traen a la memoria el perfume vegetal de un valle de Asturias. Hoy llueve aquí(un milagro, desde luego) y el olor de la tierra mojada me transporta a esos veranos gloriosos, a esos días de julio, que pasé en andanzas arqueológicas por las cuevas del norte, en los que el mundo entero parecía un bote enorme de vips vaporub. La noticia de que 17 cuevas con arte paleolítico de la cornisa cantábrica han sido declaradas patrimonio de la humanidad, parece insistir para que hoy vuelva a fijar mi mirada por un momento en aquellas experiencias. Recuerdo esas mañanas, a veces envueltas en niebla, otras con lluvia fina, pero casi nunca secas en las que junto a mis compañeros de excavación emprendía el camino, que atravesando prados, llegaba hasta la cueva, mi cueva encantada. Yo había estudiado una cosa tan rara como prehistoria tratando de descubrir el origen de un mundo que no entendía.Después entendí que el mundo no está ahí para ser comprendido, si no para ser perdonado, y hoy he sentido la razón del influjo que las cuevas con arte han ejercido siempre sobre mí.Esas enigmáticas pinturas situadas a veces a más de un kilómetro de distancia de la entrada, tenían algo que no sabía describir pero que me conmovía,una quietud, una sencilla grandeza, una especie de perfección desconocida, todo en ellas me hablaba de un estado de reverencia...

Ahora sé que la cueva es una enseñanza y una pista que me he dejado a mi misma. La cueva es el símbolo de un camino que tenía que recorrer hacia la profundidad de mi ser. Ahora sé que la cueva es un pasaje interior. Es la voluntad de adentrarse conscientemente en la sombra de la condición humana. Es tener coraje y la confianza para saber que si te aventuras por sus corredores oscuros serás guiado y podrás sortear las simas y los abismos hasta llegar a ese santuario que permanece más allá de toda sombra...Y entonces, por fin, ahí están las pinturas, completamente fuera del reino de lo anecdótico, de lo fugaz y pasajero, completamente presentes, en perfecta quietud, señalando más allá de ellas mismas hacia esa presencia del Creador en todo lo creado...La cueva es la señal que me dejé a mi misma hace 30.000 años de este sueño de tiempo, apuntando inequívocamente a ese templo interior donde la conexión con el Cristo yace. Ahora sé que no terminé mi tesis doctoral porque los rígidos dogmas académicos hubieran impedido que mi mente se abriera al verdadero sentido del arte paleolítico, que siempre es Uno y lo mismo, Dios, mi Padre.

1 comentario:

perlas dijo...

jaja,,,Esas piedras viejas....
Cuantas memorias hermana¡¡¡¡
Gracias por compartir
Te Amo.