La voz de Dios me habla durante todo el día
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llegar a la playa. Venían desde muy lejos, atravesando medio continente y un océano. Pero tenían pleno empeño en completar el impulso interior que los guiaba. Tenían perfecta fe, absoluta confianza en el regalo que venían a mostrar. Y me enseñaron a señalarlo....Confieso que al principio tuve muchas reticencias contra él. Entonces me enseñaron a apuntar directamente al lugar donde se encontraba el problema. Después comprendí que ese mismo dedo apuntaba también a lo que es la Solución: eternamente ahí, pacientemente ahí, imperturbable, luminosa, irradiando con total serenidad justo detrás de la insustancial y frenética locura de mi mente. Ahora he aprendido que el dedo en mi nariz señala directamente a la salida del laberinto que tanto había buscado. Es un milagro de ecuanimidad que resume más de mil páginas de enseñanza de Un Curso de Milagros con un sólo movimiento del índice. Un gesto sencillo al que ya no me resisto más. Se ha convertido en mi invocación a la salvación, en mi plegaria de perdón. Me pongo el dedo en la nariz y ni siquiera tengo que pensar nada, pero con ello estoy diciendo que ya no quiero tener razón, que deseo mi alegría y que lo único que quiero es recordar la Causa por la que soy feliz y estoy en paz. Por eso esta entrada es para ellos, porque nunca he podido verdaderamente expresar la infinita gratitud que siento por los que me enseñaron a reconocer el valor de este gesto....Y es que, una y otra vez, me quedo sin palabras....

Sólo porque ya es primavera, quiero regalarte un pensamiento que me dió hace poco un hermano. Desde entonces, se ha convertido en la lección 366 de mi Curso de Milagros. Quizá a ti también te resulte tan valioso:
¡Gracias!¡Qué lo disfrutes! ¡Mmmmmmmmmmmmmmm!
Samuel vive en un pueblo de Castilla. Es un lugar encantado que llevaré siempre en mi corazón. Aquí he vuelto a ver los álamos del río. Yo no lo sé, pero cuanto más los miro, más me parece que están rezando una plegaria perfecta de gratitud y elevación. También he visto a la olma centenaria que habla sin palabras, de aceptación y de fortaleza...Y la fuente de la plaza, con su pilón y su caño solitario, un universo de claridad, abundancia, y frescura...ese rincón bajo las ramas protectoras donde siempre volveremos para conversar. Samuel tiene nueve años. Corre, libre y salvaje, por estas colinas de tierra roja, donde ahora verdean los trigales, las flores de los frutales perfuman el mundo, y se aparean las perdices en los carrizos de la ribera. Él ama este lugar totalmente, sin poesías, desde el corazón. Pero por encima de todo ama a Roqui, un perro que encontraron, flaco y ensangrentado, y que se ha recuperado milagrosamente por efecto del cariño. Estos días hemos ido con Samuel y Roqui a una fuente de la dehesa donde abundan los renacuajos. Roqui es joven y ahora está fuerte y es rápido y está vivo. Quiere correr, y sobre todo quiere jugar con Luna, una cachorra de seis meses que lo invita con cabriolas y brincos de pura dicha. Pero Samuel tiene miedo. No lo quiere perder. Se aferra a la correa que sujeta al perro con una desesperación y una contumacia, que sorpende en un niño de su edad. El perro tira, se retuerce, casi le arrastra, pero él no cede. Al final, el paseo está siendo una tortura para todos. Insistimos para que lo suelte, trato de convencerlo con un argumento lógico que no puede ser ignorado por una mente abierta y libre como la suya. Le soltamos, pero el pánico es tan, tan enorme, que ha perdido el interés por la caza de renacuajos. Se ha ido- me dice con lo ojos desorbitados. No se ha ido, sólo está jugando con Luna-trato de tranquilizarlo, pero es inútil. Vuelve a atarlo. Regresamos al pueblo. Está anocheciendo y yo, lentamente, devuelvo toda esa escena a mi mente ¿Qué es ese Algo salvaje y libre y vivo y absolutamente inocente, que tan desesperadamente estoy tratando de retener?





Cuando me compré mi primera máquina de escribir, me prometí a mí mismo que nunca escribiría sobre algo que no me importara verdaderamente, que no hubiese cambiado mi vida. He estado muy cerca de cumplir esa promesa.
Me llamo Paz y nací en Madrid (España) hace 45 años (Lo sé, suena fatal pero así es) Crecí amando los campos de Castilla y las iglesias y monasterios de parajes remotos que visitaba con mi padre. He sido arqueóloga, bibliotecaria y redactora. Después, eso se extinguió igual que se extingue la llama cuando ya se ha consumido la leña. Ahora no sé cuál es mi profesión, pero si profesar significa ejercer algo con inclinación voluntaria y continuar en ello, mi profesión ha sido observar-me y escuchar-me. Así he descubierto que el amor me aterroriza, y que si algo hago bien, es encubrir mi decisión de echarlo a patadas en cuanto aparece con su cara de entusiasmo en el horizonte de mis horas y mis días. Y luego maldecirme por no haber podido aceptar la intensidad de ese sentimiento que me conmueve hasta el último confín del universo. Pero...por fin he visto el juego: the game is over y eso si que es UN MILAGRO.